jueves, 10 de febrero de 2011

Los sonámbulos

    Sin creer en los días transcurridos, con el cabello recortado, la barba hecha añicos. El sonámbulo respira entretenido y satisfecho. -Mira un televisor.- Tiene su trasero a salvo y el banquete que se prepara en honor de la libertad llegará pronto a su voluminoso estómago aerostático. Vientre de globo. Ha tenido buena suerte y sus negocios prosperan dentro de la ciudadela de un país subdesarrollado. Se puede transitar por sus calles sin el temor a ficciones sublibrabismalistas. Los habitantes de la periferia orquestan una revolución transparente y silenciosa. Así se había planeado, pero el 23 de diciembre los estruendos en la puerta norte de la ciudad revelaron legiones de fuego. Marte enfurecido por el hambre y la opresión. Millones de bocas libres convertidas en demonios, devorando a los sonámbulos más gordos, a los puercos gigantes. Las manifestaciones de Pandora trajeron muerte y locura que estallaron como burbujas de jabón. El Estado escribió un guión romano que terminó cortándole la cabeza y las de los que ya no la necesitasen. El sonámbulo, por ejemplo, no precisa de su pensamiento para existir. Le basta recibir un rol cómodo y vida eterna garantizados. Reproducirse; de su arte a tu arte prefiere mearse.

    Decía entonces que la guerrera periferia ejecutó su revolución sanguinaria de forma paulatina. Barrenaron el cerebro de los sonámbulos como si fuesen gusanos en una manzana, les drenaron su ceniza gris que se diseminó por las calles y plazas públicas. Si alguien echara un vistazo dentro del agujero que tienen en la cabeza los sonámbulos, podría encontrar un ventarrón y polvaredas; silbidos de manicomnio trepando los peldaños de Escher. Podía uno encontrarlos en la calle con frecuencia cardiaca. No hay quien no asocie el opio con los primeros tratamientos contra el insomnio. Podrías encontrar el invierno de Charlie Parker repitiendo en medio de la fiebre: smile in a circle, smile in a circus… No quiero volver a ver a un agente de seguros, puedo ver la luz negra. No fueron los mejores días del experimento voluntario. El progreso y su epidemia surrealista; los más jóvenes se desintegraron en cuestión de días. Enterramos a más de la mitad, incineramos a su otra mitad. Encarcelamos a la otra mitad. Dejamos que el resto se destruyeran entre sí.

    Diecidme: ¿A dónde con la libertad? Los artistas deberían marchar.se por las calles, mear en Sanborns y perder.se con el viento / tráfico / motivo o tarea cualquiera que lleve a cabo. Los polluelos pedigüeños son tan tristes como peligrosos. Mientras yo me bebo esta cerveza, se escucha la voz de Morrison cantar una estrofa pegajosa que dice: this is the end.

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